LA BOINA DE VARELA
A principios de 1943 Severino Varela dejó su Uruguay natal para formar parte de la delantera de Boca Juniors. En tan sólo tres temporadas este hombre de boina blanca se transformó en uno de los mayores ídolos de la década del 40.
A lo largo de estos 100 años de historia, Boca tuvo incontables tardes de gloria. Una de ellas tuvo lugar el 26 de septiembre de 1943 cuando venció a River Plate en la Bombonera por 2 a 1. Aquel cotejo, si embargo, quedó en el recuerdo de miles de hinchas por un hecho puntual… mejor dicho por un gol en particular: la palomita de Severino Varela.En una llamativa jugada, Carlos Sosa desbordó por la derecha y, antes de que llegara a la línea de cal, lanzó un largo centro que no pudo ser conectado por Pío Corcuera ni por su marcador, Ricardo Vaghi. Cuando el balón amenazaba con perderse en la nada -y ante la dubitativa salida del arquero riverplatense-, Varela apareció sorpresivamente y se lanzó hacia el balón de palomita. El cabezazo de su boina blanca fue implacable y mandó el esférico al fondo de la red. ¡Gooooooool…! El grito de la tribuna fue interminable. El abrazo de los jugadores con el verdugo uruguayo también. Severino Varela había tomado renombre a fines de los años 30 por pertenecer a la línea ofensiva de Peñarol, al otro lado del Río de la Plata, donde había nacido. Allí, logró gran cantidad de títulos, pero en 1942 tuvo una recaída en su rendimiento y el club montevideano decidió venderlo. Por 38.000 pesos, más los pases de Emeal y Laferrera, pasó a formar parte del club boquense.A comienzos de 1943 Boca arrancó el campeonato local con la única intención de terminar en la primera posición cuando el año llegara a su fin. Además, no podía permitir que River lograra el tricampeonato (había obtenido los torneos de 1941 y 1942). En un equipo con ese espíritu renovador, el nuevo jugador charrúa, no sólo no desentonó, sino que se transformó en una pieza vital del equipo. ¿Cómo lo hizo? Con buen fútbol y muchos goles. En la tercera fecha el conjunto auriazul enfrentó a Chacarita. En determinado momento el juez sancionó un penal a favor de Boca y, mientras algunos jugadores dudaban en ir a patear, Severino tomó el balón, lo puso en el punto de cal, shoteó con firmeza y marcó el tanto. A partir de ese momento se convirtió en el pateador oficial de penales. En sus tres años con la azul y oro ejecutó catorce tiros desde los doce pasos… ¡y no erró ninguno! A fines de año, la contratación de “La boina fantasma” (como ya se conocía al jugador oriental) rindió sus frutos: Boca dio la tan esperada vuelta olímpica. Ese lauro no apaciguó la sed de victoria del plantel, que volvió a repetir el logro en 1944 gracias a los cabezazos de Severino.Un párrafo aparte merecen las actuaciones de Varela frente a River Plate. Su boina blanca auguraba malas noticias para la defensa rojiblanca: marcó goles en cinco de los seis encuentros que disputó frente a la famosa “Máquina”. Aún hoy se lo sigue citando como a uno de los principales verdugos del club de Núñez. Luego de la temporada de 1945, los años de Severino en la ribera llegaron a su fin. Si bien fue tentado por los dirigentes del club para que siguiera jugando con la casaca azul y oro (aparentemente le ofrecieron un cheque en blanco), el hombre de la boina blanca decidió volver a su patria para desempeñarse nuevamente en Peñarol de Montevideo. De esta manera le puso punto final a tres años de boinazos y quedó para siempre en la historia grande de Boca Juniors.
A principios de 1943 Severino Varela dejó su Uruguay natal para formar parte de la delantera de Boca Juniors. En tan sólo tres temporadas este hombre de boina blanca se transformó en uno de los mayores ídolos de la década del 40.
A lo largo de estos 100 años de historia, Boca tuvo incontables tardes de gloria. Una de ellas tuvo lugar el 26 de septiembre de 1943 cuando venció a River Plate en la Bombonera por 2 a 1. Aquel cotejo, si embargo, quedó en el recuerdo de miles de hinchas por un hecho puntual… mejor dicho por un gol en particular: la palomita de Severino Varela.En una llamativa jugada, Carlos Sosa desbordó por la derecha y, antes de que llegara a la línea de cal, lanzó un largo centro que no pudo ser conectado por Pío Corcuera ni por su marcador, Ricardo Vaghi. Cuando el balón amenazaba con perderse en la nada -y ante la dubitativa salida del arquero riverplatense-, Varela apareció sorpresivamente y se lanzó hacia el balón de palomita. El cabezazo de su boina blanca fue implacable y mandó el esférico al fondo de la red. ¡Gooooooool…! El grito de la tribuna fue interminable. El abrazo de los jugadores con el verdugo uruguayo también. Severino Varela había tomado renombre a fines de los años 30 por pertenecer a la línea ofensiva de Peñarol, al otro lado del Río de la Plata, donde había nacido. Allí, logró gran cantidad de títulos, pero en 1942 tuvo una recaída en su rendimiento y el club montevideano decidió venderlo. Por 38.000 pesos, más los pases de Emeal y Laferrera, pasó a formar parte del club boquense.A comienzos de 1943 Boca arrancó el campeonato local con la única intención de terminar en la primera posición cuando el año llegara a su fin. Además, no podía permitir que River lograra el tricampeonato (había obtenido los torneos de 1941 y 1942). En un equipo con ese espíritu renovador, el nuevo jugador charrúa, no sólo no desentonó, sino que se transformó en una pieza vital del equipo. ¿Cómo lo hizo? Con buen fútbol y muchos goles. En la tercera fecha el conjunto auriazul enfrentó a Chacarita. En determinado momento el juez sancionó un penal a favor de Boca y, mientras algunos jugadores dudaban en ir a patear, Severino tomó el balón, lo puso en el punto de cal, shoteó con firmeza y marcó el tanto. A partir de ese momento se convirtió en el pateador oficial de penales. En sus tres años con la azul y oro ejecutó catorce tiros desde los doce pasos… ¡y no erró ninguno! A fines de año, la contratación de “La boina fantasma” (como ya se conocía al jugador oriental) rindió sus frutos: Boca dio la tan esperada vuelta olímpica. Ese lauro no apaciguó la sed de victoria del plantel, que volvió a repetir el logro en 1944 gracias a los cabezazos de Severino.Un párrafo aparte merecen las actuaciones de Varela frente a River Plate. Su boina blanca auguraba malas noticias para la defensa rojiblanca: marcó goles en cinco de los seis encuentros que disputó frente a la famosa “Máquina”. Aún hoy se lo sigue citando como a uno de los principales verdugos del club de Núñez. Luego de la temporada de 1945, los años de Severino en la ribera llegaron a su fin. Si bien fue tentado por los dirigentes del club para que siguiera jugando con la casaca azul y oro (aparentemente le ofrecieron un cheque en blanco), el hombre de la boina blanca decidió volver a su patria para desempeñarse nuevamente en Peñarol de Montevideo. De esta manera le puso punto final a tres años de boinazos y quedó para siempre en la historia grande de Boca Juniors.
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